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Si no salvo mis ideales, no me salvo a mi.







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lunes, enero 10, 2011

Todos podemos sufrirlo algún día.

Domingo 09 de enero de 2011  

 



La vida tras el golpe del ictus

Superación. Llorenç Martínez recibió un duro y amargo golpe las navidades de 2008. Un infarto cerebral truncó la prometedora carrera profesional de este joven periodista de Sueca, que lucha día a día con todas sus fuerzas para rehacer su vida y disfrutarla.


La vida tras el golpe del ictus
La vida tras el golpe del ictus vicent m. pastor
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EVA MELERO SUECA
Hace apenas unas semanas que Llorenç Martínez Arlandis ha empezado un nuevo protocolo en el hospital de Aigües Vives que le permitirá poner a prueba su capacidad de autonomía. Es una buena noticia. Significa dar un nuevo paso en su recuperación desde que el día de Reyes de hace tres años sufriera un ictus que le dejó medio cuerpo paralizado. Sobretodo para Llorenç, se trata de asumir un nuevo reto.
El 6 de enero de 2008 es una fecha tristemente grabada en la memoria de la familia. La vida le deparó a Llorenç un trago amargo e inesperado. A los 30 años la vida sonreía a este joven periodista y le mostraba un futuro muy prometedor. Realizó el Máster de Periodismo de El País y solo había pasado una semana desde que finalizara una beca de un año en la sección de Nacional del mismo periódico
Antes ya se había curtido en la profesión trabajando durante cuatro años en la redacción de Levante-EMV en Alzira. Llorenç empezaba, por fin, a encauzar su vida profesional. En su vida también tenía cabida otra pasión, la música. Tras estudiar 5 años de solfeo y 4 de piano, tocaba el bajo en Inòpia, un grupo que había formado junto a otros tres amigos y que ya había lanzado dos discos al mercado.
Acababan las vacaciones de Navidad en Sueca, cuando, de repente, le sobrevino el infarto cerebral. Tras veinte días de coma inducido en el Hospital de La Ribera y dos meses ingresado, Llorenç afrontaba su nuevo estado. El terremoto que había sacudido su mente se revelaba devastador: falta de movilidad en las extremidades de la parte derecha de su cuerpo, pérdida del campo de visión y de oído, pérdida de memoria, dificultad para expresarse y para mantener la atención. A partir de ese momento, pasaría otros seis meses en un nuevo hogar, el hospital de Aigües Vives.

Luchador incansable
«Yo pensaba que estaría un año rehabilitándome y a trabajar, pero no es cierto», explica Llorenç. «Por suerte ya me he mentalizado, porque no me queda otra», añade. Sus progresos en la lenta recuperación son notables. Habla, gesticula, camina sin ayuda de bastón, se viste, lee y escribe. Todas estas acciones son fruto de su trabajo supervisado por los especialistas que le atienden en el mismo centro y al que acude cada día. Su apoyo en todo este tiempo han sido sus padres, Ángeles y Llorenç, su familia y sus amigos. Las consecuencias del ictus alcanzaron a todo el núcleo familiar. Llorenç se reinstaló en casa de sus padres, en la que también vive Rubén, su hermano menor. Su madre tuvo que pedir una excedencia en el colegio donde imparte clases para atenderle durante los primeros meses. Su padre se convirtió en su sombra tras prejubilarse. Desde hace más de un año, cada día los dos juntos recorren los 25 kilómetros en coche que les separan desde su hogar hasta el centro sanitario, y la misma distancia de vuelta a casa. Durante tres horas, de lunes a viernes, realiza actividades guiado por especialistas para estimular las neuronas cercanas a la zona cerebral infartada. Sigue un horario estricto que Llorenç conoce de memoria y cumple a rajatabla. «La Logopedia es fundamental, en Cognitiva trabajamos el razonamiento, Ocupacional es practicar los números, cálculo, euros y también manipular objetos, luego está la Fisioterapia», explica él mismo.
Lunes y martes, además, hace ejercicios en la piscina. «¡Eso sí que mola!», comenta. Además, tres días a la semana hace ejercicio físico, los martes y jueves, padre e hijo se desplazan hasta la clínica Tecma en Alzira, donde hace rehabilitación, y un día cada mes visita una óptica especializada en Burjassot.
Llorenç agradece los progresos que experimenta. «Se nota mucho, antes las piernas y los brazos estaban anquilosados y ahora ya puedo levantarlos», explica, al tempo que alza orgulloso su brazo derecho.
Cuando acaba su horario, empiezan las tareas en casa. Hace un año comenzó a leer cómics, ahora ya ha empezado «Alta sensibilidad», de Isabel Palomeque, en el que la autora narra su experiencia en su lucha contra el ictus. «Cuando lo termine me gustaría ponerme en contacto con ella, tal vez le escriba un correo», dice. Cuando habla se le entiende casi todo. Si alguna palabra se le resiste, rebusca en su mente hasta que la encuentra. No importa que la conversación avance, cuando surge el vocablo retrocede y completa la frase. Cuando Llorenç empezó a poder articular palabras, sólo se acordaba de los nombres de las ciudades, luego acopló verbos y adjetivos. «Todavía le cuesta encajar las preposiciones y los adverbios», dice su madre.

El sentido de vivir el presente
Convertido en zurdo a la fuerza, desde el pasado septiembre escribe todos los días una especie de diario. «Al principio hacía la letra muy grande». Desde entonces ya ha acabado unos cuantos cuadernos. En la primera página ha escrito la frase: «Makes much more sense to live in the present tense» («Tiene más sentido vivir el presente»), título de una canción de Pearl Jam.
Este verano trabajó durante quince días en la redacción de El País en Valencia, «porque los especialistas del hospital consideraron que era necesario que volviera a sentir el compañerismo en una redacción», explica su padre. Periodista vocacional y de casta, Llorenç no puede evitar hacer referencia a sus vivencias periodísticas. Conscientes de ello, desde el centro de Aigües Vives, le mandan «deberes» relacionados con la profesión.
En el otoño de 2008, unos meses después de sufrir el ictus, comenzó a coquetear con el uso del ordenador. Cuelga fotos y es un asiduo de una red social. Desde hace pocos días, se enfrenta a un nuevo desafío, manejar el ratón con la mano derecha. «Quieren que practique la movilidad de los dedos anular y corazón», comenta.
Su amigo y compañero en el grupo de rock, Raül, recuerda que «tenía una gran facilidad para sacar las notas de una canción con sólo escucharla una vez». Llorenç puede mantener la púa cuando toca el bajo, pero le cuesta manejarla. Ya puede volver a tocar acordes, «aunque muy lento», reconoce.
Otra cosa son los números. Al principio no reconocía los euros, sólo se acordaba de las pesetas. Ahora ya está preparado para comprar productos de bajo coste, como el pan o el periódico; después apunta los importes.
Otro de los apoyos incondicionales que ha tenido Llorenç han sido sus amigos. No era difícil ver a alguno de ellos empujando la silla de ruedas que le transportaba cuando al principio no le respondían las piernas. «Sigue siendo el mismo Llorenç de siempre», opinan sus íntimos. Sus amigos del máster tampoco le han fallado. Algunos han venido desde Madrid sólo para comer con él. «A veces hemos ido a la playa donde mi padre nos ha preparado una paella riquísima, porque cocina muy bien», explica.
Los de Sueca siempre han estado a su lado. Raül, Ángeles, Salvador, Pilar, Rut, María, Marta, Carol, Juan, Marcos y Pere son algunos de ellos. Describen a Llorenç como presumido y cabezota, pero sobre todo destacan su tesón en todas las actividades que emprende. «Las chicas le gustan con flequillo y gafas de pasta, modernitas», bromean sus amigas. Él, en cambio, mantiene que ese look no es imprescindible. Aseguran que nada ha cambiado entre ellos y que «es el más animado del grupo», siempre con ganas de «cubatear», como dice él. Ahora salen menos de fiesta, porque muchos de ellos tienen compromisos o trabajan fuera, pero siguen viéndose todos los fines de semana. Cuando lo hacen, ellos beben «gin-toniquin»; Llorenç, cerveza sin alcohol.

Su primer gran reto
Hace pocas semanas ha comenzado un nuevo protocolo en el hospital para potenciar su capacidad de autonomía en situaciones cotidianas. Así, ya se ha enfrentado a un primer desafío. Acompañado por su madre, se dirigió a la estación de Renfe de Sueca, donde tomó un tren hasta Valencia. Él tenía que conseguir comprar el billete en la máquina expendedora y una vez en su destino, hacer algunas compras. «Fuimos a varias librerías y yo hablé con los dependientes». Prueba superada. Llorenç aplaude la accesibilidad de las instalaciones. «Había escrito alguna noticia sobre la falta de movilidad, pero ahora lo estoy viviendo». La recuperación que ha experimentado Llorenç en estos tres años es importante, pero aún le queda recorrido. Su mente sigue centrada en la actividad periodística. «Quizá más adelante pueda trabajar en algún periódico, ¿quién sabe?». e. melero sueca


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